Heart of glass

In between

What I find is pleasing and I’m feeling fine

Love is so confusing there’s no peace of mind

If I fear I’m losing you it’s just no good

You teasing like you do

Nunca tengo claro si las sinergias cinematográficas con las que me topo de forma fortuita nacen de una intención tan simple como inocente de reseñar lo casual del motivo que las une, o si por el contrario tratan de dejar indicado sutilmente un misterio que debe resolverse para acceder a un trasfondo que sustenta o contradice cada una de las propuestas puestas en juego. Sea como fuere, desde hace tiempo vengo dando vueltas a esta entrada que encontré en uno de mis blogs favoritos. En esta ocasión parece que estamos en el primer caso, ya que, además de no venir acompañada de ninguna explicación, el tema musical de Blondie que suena en esa escena de We own the night (2007) se alarga algunos minutos más en una secuencia en la que se nos presenta el espacio alrededor del cual girará parte de su trama. Pero veamos tranquilamente este nuevo fragmento y el de En la ciudad de Sylvía (2007) antes de comprobar como el Heart of glass traspasa lo puramente cinematográfico hasta convertirse en ese “intervalo que los poetas medievales llamaban amor”.

La película de James Gray nos coloca si más preámbulos en Brooklyn,  en el año 1988, utilizando el tema de Blondie como un elemento más de atrezzo estético. Bobby (Joaquín Phoenix) es la oveja negra de una familia tradicional americana, en la que su padre es un distinguido policía de la ciudad de New York y su hermano va camino de serlo. Su trabajo consiste en dirigir un local de moda – por el que se pasea – que pertenece a una importante banda de traficantes de droga. Una inesperada guerra entre bandas estalla y Bobby se encuentra, sin haber realizado ningún merito, metido de lleno en un conflicto en el que tendrá que ocultar a toda consta sus lazos de familiares para sobrevivir en el nuevo panorama que se le presenta. Lo importante, entre todos los giros narrativos a los que asistiremos durante el metraje, es la función simbólica del tema de Blondie que aparece justo en el arranque de la película. Bobby abandona en una habitación a su insaciable Amanda (Eva Mendes) y comienza a recorrer todo el local hasta que logra salir de él. Ese trayecto resume a la perfección lo que se pone en juego durante el resto del film: abandonar una vida descarriada hasta alcanzar el lugar que se debe ocupar a cierta edad. Volver a la tradición, a lo esperado, dejando atrás un cierto tipo de adolescencia como forma de mirar y vivir el mundo. El mismo mensaje que subyace de su siguiente trabajo Two Lovers (2008).

En el trabajo de José Luís Guerín seguimos durante todo el metraje a él (Xavier Lafitte), un personaje sin nombre que persigue el recuerdo de ella (Pilar López de Ayala): una mujer que pervive tan fuertemente en su memoria como para regresar al lugar de una vivencia (una ciudad también sin nombre aunque todos sepamos cual és) para buscar un casi imposible recuentro en un tiempo presente tan indeterminado como el pasado en que se produjo un encuentro (¿consumado?). El tema de Blondie comienza a sonar en otro bar con nombre de película de Eric Rohmer, donde suponemos paso uno de los pequeños momentos determinantes para que su pasado sobreviva como tal. Él permanece sentado e intenta hablar con una chica mientras a su alrededor tiene lugar una ceremonia de fantasmas. Donde es imposible encontrar una narración para esa memoria, el tema de Blondie la sustituye para evocar un tiempo que no hemos vivido, pero que nos interesa durante el tiempo que presenciamos las imágenes que dan forma a la historia de él.

Se podría afirmar casi con total seguridad, que lo que mueve realmente el mundo son los deseos que todos hemos dejado insatisfechos en la adolescencia. Aunque ambas películas utilizan el problema de la mirada adolescente a la que necesitan retorotaer al espectador para asegura su efectividad, la gestión que hacen de ellas es muy diferente. Gray, siguiendo los patrones más canónicos del clasicismo, abre la herida del deseo para después suturarlo matando al padre para que no cambie nada. Por el contrario, Guerín convoca mediante evocación a todos nuestros fantasmas para dejarnos rodeados ellos. Una vez conocida la prolongación eterna de ese plano/contraplano entre Hollywood y Europa, ¿Cuál de las dos propuestas resulta más laudatoria para el espectador? Tanto Bobby como él, aparecen en escena con el corazón partido. Recomponer los pedazos a los que ha quedado reducido pasa por encontrar y situarse justo en la distancia que media entre estas dos formas de entender el amor: la que separa a Bobby/él, Amanda/ella, Brooklyn/Ciudad sin nombre, El caribe/Les aviateurs [1] es la misma que existe entre un proletario y un burgués. Sin embargo, en este momento, la dificultad ante la que nos encontramos radica en lograr identificar quién es quién.

Roberto Espejo.


[1] Es curioso que el bar escogido por Guerín no sea una recreación, y que además, como podemos leer en su logotipo, sea un bar americano en Estrasburgo.